AGOSTO EN MILANO
Tranquilidad, calma, sogiego, soledad. Milano, como cualquier otra ciudad del mundo, es un "ser" cuya respiración, cuyo pulso, cuyo ritmo vital sufre altibajos como sucede a cualquier otro ser. Agosto me ha mostrado una ciudad que, hasta ahora, permanecía oculta, agazapada, temerosa de mostrarse entre el tumulto cotidiano que, normalmente, marca el tempo de la urbe.
Tranvía vacío, calle desierta, negocios cerrados por vacaciones, turistas que bajo los rayos del sol que iluminan el Duomo buscan su foto, su encuadre perfecto, su trozo de Milano para llevarse en la tarjeta de memoria de su cámara digital. Calor, mucho calor. Humedad que hace que las tardes se conviertan en una especie de vida latente que te obligan a gastar el mínimo posible de energía. Y allá en la calle no hay un alma, no se escucha un ruído, así que las noches se convierten en el aliado perfecto para reinventar la ciudad, o lo que es lo mismo, crear tu Milano particular.
Milano en agosto es un espacio mucho más habitable, mucho más humano, mucho más vivible. Supongo que yo necesitaba encontrarme con esta ciudad desnuda para poder recorrer con mayor pasión todos sus rincones, todos sus secretos. Pero, como los verdaderos amores de verano, se evaporan cuando los rayos de sol dejan de calentar el corazón de los enamorados. A pesar de ello, la pasión queda callada, dormida, a la espera de que las condiciones vuelvan a ayudar a despertar la pasión.
Buona vacanza, cara Milano...
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