sábado, julio 22, 2006

PASEOS (VIII)
CAMOGLI
No hay nada mejor que un fin de semana de calor insoportable a Milano. Pero como a mi no me gusta disfrutar en demasía de los placeres que ofrece esta ciudad en el periodo estival, decidí, siempre gracias a mi compañera Olga (que junto a Sergio conforma el "islote" canario en la oficina), poner rumbo por segunda vez a la costa ligur, esta vez a la pequeña, pero coqueta y acogedora localidad de Camogli.
El peregrinaje en la autopista para alcanzar la costa fue digno de consideración, algo similar a lo que te encuentras un sábado por la mañana camino de las playas andaluzas. Una vez dejada atrás la autopista, nos dirigimos a la localidad de Recco, famosa por su focaccia, que para los no entendidos viene a ser como una especie de masa entre pan y pizza horneada y con un queso típico de la zona que la recubre (no se puede dejar de probar). Desde aquí a Camogli tres o cuatro kilómetros. En un pueblocomo éste, suspendido en la montaña , el aparcamiento se presenta como una misión imposible. Lo cierto es que mi amiga canaria tuvo la suerte de disfrutar la "caballerosidad italiana", con un tipo que se iba y al ver de lejos a la canaria, nos esperó a que, incluso, diésemos la vuelta. Esto es ser cortés, si señor (¿Habría hecho lo mismo si el conductor hubiese sido yo?. Boh!)
Una vez en el pueblo, una bofetada de calor húmedo fue nuestro recibimento de bienvenida. Para sobreponernos, focaccia, agua fresquita y directamente al mar a por el primer baño. La playa, como en otros muchos lugares de Italia, se encuentra dividida en Bagni, que son playas privadas donde se llegan a pagar alquileres desorbitados para disfrutar de tumbona, sombrilla y cabina durante todo un verano. Entre privado y privado, un espacio reducido es utilizado por los bañistas de ocasión, como nosotros, que siguen la costumbre del bronceador y la toalla a pelo.
El calor era tal que el agua del mar ni tan siquiera refrescaba, así que la opción terraza de bar fue la elegida en las horas de mayor calor.
La verdad es que a pesar de tener que jugar al tetris para poder poner la toalla, de esquivar bañistas en la orilla, y de la temperatura disparatada, este lugar tiene un encanto particular. Nunca hasta ahora me bañé con las campanas sonando en primera línea de playa, algo que me pareció como lejano para los rincones del mar que yo he frecuentado. A pesar de todo, da la sensación de que el tiempo y los desmanes de la construcción no han tenido en estos lares un caldo de cultivo idóneo. Menos mal.