martes, junio 06, 2006

MARCOVALDO
Este libro, del gran escritor italiano (nacido en Cuba) Italo Calvino, cuya versión para extranjeros conocí en la Escuela Oficial de Idiomas, se ha convertido en uno de mis libros de referencia, sobre todo desde que habito en Milán. Marcovaldo es un trabajador de fábrica en una ciudad gris como ésta, cuya máxima aspiración es la de sobrevivir o, más bien, intentar buscar en lo más recóndito de la ciudad, algún resquicio que le haga ver que, detrás de todo adoquín, calle alquitranada, hormigón, hierros, raíles y demás rasgos genuinamente urbanos, aún persiste la naturaleza en su estado puro, o lo que es lo mismo, que aún existe la Vida.
A pesar de que a mí, particularmente, no me desagradan los espacios urbanos, he de reconocer que las ciudades industriales como Milán pueden hacer que la vida de las personas se convierta en una constante lucha por la búsqueda de aire, de la libertad que, desde que pones el pie en la calle sientes como arrebatada. Creo que un denominador común de muchas ciudades es que en el siglo pasado tuvieron un impresionante desarrollo industrial que acabó, en cierta medida, con la personalidad de la propia ciudad, siendo suplantada por una nueva forma de vida marcada, inexorablemente, por todos aquellos valores contrarios a la naturaleza y, posiblemente, a la propia vida en sociedad.
Marcovaldo es la imagen de la impotencia, nada se puede hacer cuando uno está dentro de las fauces del monstruo. Pero a la misma vez, este personaje representa la esperanza, pues le basta encontrar cualquier atisbo de la naturaleza en su vida cotidiana para que su mente se emancipe de la vida real y, de esta manera, logre algo que muchas de las personas que cada día se enfrentan a la vida en la ciudad han dejado , inconscientemente, escapar de sus vidas: soñar; soñar que detrás de las paredes grises, oscuras y frías de la fábrica, de las eternas circunvalaciones de la ciudad, el mundo sigue teniendo el ritmo que marca la Madre Tierra, sin minuteros, ni secunderos, sólo amaneceres y atardeceres que se pueden disfrutar en el horizonte sin que la mezcla de humo, hierros y hormigón tenga la potestad de impedirlo.