miércoles, julio 12, 2006

CUANDO LLUEVE EN MILANO
No me lo puedo explicar, sinceramente, pero desde que llegué a esta ciudad me persigue un gafe que aún no logro saber por qué se perpetúa. La cuestión es la siguiente. Como digo, desde que llegúe a Milano tengo el don de atraer a la lluvia, que según se mire, es un don o el gafe que anteriormente citaba. Para incitar al dios de la lluvia solo tengo que llevar a cabo un ritual: poner la lavadora. ¿Tiene cojones la cosa o no? Vamos, que os juro que ha llovido unas 10 o 12 veces en todos los días que llevo en esta ciudad y todos, pero todos, tenía yo mi ropa tendida. Da igual que la ponga un día nublado que soleado, es absolutamente indiferente, llueve, bueno, más bien, diluvia. El otro día, muy parecido al apocalipsis, me dio por tentar a la suerte. Perdí. Hoy hacía un día de película, así que volví a probar. Perdí de nuevo. Creo que, de una vez por todas, voy a empezar a utilizar los artilugios para tender que tenemos dentro de la casa y lo único que espero es que no se me joda una tubería que pase justo por lo alto...